Lord Byron, un estiu sense estiu –un verano sin verano-
Síntesis
Lord Byron, huyendo de los litigios con su esposa, busca aire fresco e inspiración en Villa Diodati, junto al lago Lemán. Pero el afamado poeta tiene que sufrir la molesta compañía de su nuevo médico de cabecera, el doctor Polidori, joven pusilánime con ínfulas de escritor que está fascinado por Byron. También se detienen en el lago el poeta visionario Percy B. Shelley y la discreta Mary, su amante y futura señora Shelley. Les acompaña Claire Clairmont, frívola hermanastra de Mary, aspirante a cantatriz e instigadora del viaje de los Shelley a Ginebra, ya que está embarazada en secreto de Byron. La instantánea complicidad entre el fervoroso Byron y el idealista Percy B. Shelley, que habían leído sus respectivas obras y hacía tiempo que deseaban conocerse en persona, provoca la ira subterránea de Polidori, que se siente humillado y relegado.
El grupo se entretiene leyendo relatos de terror hasta altas horas de la madrugada al calor de una chimenea. Lord Byron, para soportar mejor las largas y tediosas horas, propone a los presentes una curiosa disputa literaria: cada uno escribirá un cuento de terror, sugestionado por el ambiente tenebroso. La disputa dará como fruto dos de los textos más importantes de la literatura gótica. Mary Shelley escribe las páginas iniciales de su Frankenstein, en un velado acto de venganza por las ausencias y arrebatos místicos de Percy B. Shelley. Por su parte, Polidori redacta el relato El vampiro, parodiando una narración inacabada de Byron, e iniciando una nueva tradición de vampiros refinados y seductores que culminará con el Drácula de Stoker. Irónicamente, El vampiro sería publicado bajo la autoría de Byron.
Resumen argumental
Acto I
(I) Campo de batalla de Waterloo, Bélgica, mayo de 1816
De camino a Ginebra, Lord Byron y su doctor, John Polidori, hacen una parada en el campo de batalla de Waterloo, un año después de la derrota de Napoleón. Una explosión atraviesa la llanura, como si viniese de muy lejos, y parece hacer despertar las almas de los muertos en la batalla. Mientras Byron cabalga por los campos, Polidori, que se ha torcido un pie y camina cojeando, le espera mientras vigila el equipaje. El doctor aprovecha para escribir a su hermana sobre sus impresiones del viaje y comunicarle que Byron ha recuperado el buen humor una vez ha dejado atrás Inglaterra, donde era víctima del acoso de su esposa. Al descabalgar, Byron confía al doctor una bolsa con botones de uniforme que acaba de comprar como reliquias de la batalla. El doctor se queja de que el único recuerdo que haya quedado de la contienda sean los souvenirs que los niños hambrientos intentan vender a los desprevenidos. Byron, en tono burlón, le recrimina que hable con tanta ligereza y aprovecha esta crítica para hacer una imprecación de la figura de Napoleón, caudillo que tiempo atrás había sido idolatrado por el poeta pero por el cual, tras su derrota, siente una profunda decepción. Byron afirma que la misma ambición desmesurada que le encumbró, después le hizo caer. Según el poeta, el único don que poseía significó la tumba para todos aquellos que le adoraban.
(II) Ascenso al castillo de Frankenstein, Darmstadt
El poeta Percy B. Shelley y Mary Wollstonecraft Godwin están en Alemania. Ellos también han huido de Londres para escapar de la represora sociedad inglesa y así poder vivir con plena libertad su recientemente descubierto amor. Viajan con ellos el primer fruto de su relación, el pequeño William, y la hermanastra de Mary, Claire Clairmont, frívola compañera de viaje que mantiene una curiosa relación triangular con la pareja. Mary ha preparado una excursión sorpresa para su amado al castillo de Frankenstein, donde tiempo atrás el alquimista Johann Konrad Dippel había llevado a cabo experimentos con cadáveres en busca de la chispa de la vida. Mary ha decidido llevar a Percy al castillo porque sabe que él, en sus años de estudiante, también se había interesado por los misterios de la vida y había realizado experimentos con cometas, intentando absorber la energía de los relámpagos. Durante todo el ascenso al castillo, Percy ha estado sumido en un extraño estado de éxtasis intelectual, en comunión con la naturaleza, y al ver el castillo parece bajar a la tierra por vez primera, agradeciéndole el gesto a Mary con unas palabras de amor. Claire, al ver las ruinas, recuerda los detalles más escabrosos de la leyenda del castillo: cementerios profanados, niños desaparecidos... Mary reprocha a Claire que cuente la historia real de Dippel como si de un cuento se tratase, a lo que su hermanastra responde que la prueba de que sí se trata de un cuento es que al oírlo, el pequeño William se ha dormido en sus brazos. Mary afirma que los pequeños se duermen con los cuentos de miedo porque sólo comprenden de ellos la música, la belleza de los sonidos; los mayores, en cambio, sí comprenden sus palabras y esto siempre les roba horas de sueño.
Una vez finalizada la visita al castillo, emprenden el camino de regreso, montaña abajo, y Mary informa a Percy de un súbito cambio de planes: en lugar de ir a Italia, la siguiente parada será Ginebra, donde esperan hallar a Lord Byron. Claire, quien había mantenido un breve idilio con Byron, está embarazada del poeta y quiere detenerse en Ginebra para comunicarle su futura paternidad.
(III) Terraza del Hôtel d’Angleterre, a orillas del lago Lemán, Ginebra
Lord Byron y el Doctor Polidori admiran el majestuoso Mont Blanc, reflejado en las aguas del lago Lemán, antes de registrarse en el hotel. Byron, sin embargo, para evitar el posible contacto con los turistas ingleses, preferiría pasar el verano en alguna de las villas que se encuentran a orillas del lago. Polidori informa a Byron que Villa Diodati, donde vivieran Milton, Voltaire y Rousseau, está libre y se puede alquilar, añadiendo también que, entre los turistas, bien podrían encontrar a algún conocido... incluso a una conocida. En aquel mismo instante Claire se presenta ante Byron por sorpresa, recordándole los versos que él le dedicara en Londres: “Ninguna de las hijas de la belleza posee una magia como la tuya...”. El poeta le pregunta por qué le ha perseguido hasta Ginebra, recordándole que no siente ningún amor hacia ella. Claire responde saber que nada puede esperar de él. Pese a ello, le tiene preparada una sorpresa: gracias a Claire, por fin podrá conocer a Percy B. Shelley, un deseo que Byron le había expresado tiempo atrás. Polidori no puede evitar comentar con morbosa admiración que Shelley, defensor del amor libre, viaja acompañado de dos mujeres: Claire y su pareja oficial, Mary.
Cuando ambos poetas se encuentran frente a frente, nace entre ellos una complicidad instantánea. Polidori aprovecha la ocasión para presentarse ante Percy como admirador de su obra... y también como poeta. Byron, quien aborrece las pretensiones literarias del doctor, comenta a Percy que es un placer tener por fin a alguien con quien poder mantener una conversación interesante. Unos truenos lejanos anuncian la llegada de una tormenta. Antes de que el grupo corra a resguardarse en el hotel, Byron invita a los Shelley a visitarle en Villa Diodati, donde ha decidido alojarse a partir de entonces. Mientras Mary canta una canción de cuna a su pequeño William, Lord Byron parece reconocer en el sonido de la tormenta el mismo bramido que oyera en el campo de Waterloo. Una vez solo, se deja llevar por el desolado ambiente y entra en un estado de introspección, como si las nubes no tuviesen que amainar jamás y una noche eterna lo invadiese todo.
Acto II
(IV) Villa Diodati, diferentes localizaciones en su interior
Las fuertes tormentas han dejado a los turistas ingleses atrapados en Villa Diodati. Polidori explica esta reclusión a su hermana en una nueva carta e, incrédulo, comenta con ella las noticias que aparecen en los periódicos europeos: la oleada de lluvias que azota cruelmente el continente es consecuencia de la explosión de un volcán en el Pacífico, el Tambora, un año atrás. Polidori ve, con cierto rencor, que Byron sólo tiene ojos para Percy. Ha relegado al doctor a un segundo plano y le ha convertido en el blanco de sus burlas. Para entretenerse en las largas horas de reclusión, Mary y el doctor juegan a las damas. Como fichas, utilizan los botones comprados en el campo de Waterloo. Mientras las damas van cayendo en ambos bandos, Byron observa admirado que aquellos botones, que una vez libraron la batalla de Waterloo, ahora vuelven a luchar sobre el tablero de madera. Byron y Percy aprovechan la inspiración que les procuran los botones para hablar de los límites que existen entre la vida y la muerte, y esto les lleva a recordar los experimentos realizados por Dippel en el castillo de Frankenstein y a defender los experimentos que conducen a la creación de vida a partir de materia muerta. Todas estas disquisiciones son herejías en opinión del crédulo Doctor Polidori, quien por culpa de la conversación no deja de distraerse de la partida de damas. Polidori intenta vencer a Percy en una batalla dialéctica, rebatiendo sus ideas libertinas e incluso, la defensa del amor libre, pero el doctor resulta fácilmente burlado y derrotado. Entretanto, Mary insiste para que Claire cuente a Byron la verdadera razón de su visita, pero ella responde que lo hará cuando lo estime conveniente.
Por la noche, Claire les recita el último de los cuentos de terror de una colección de relatos que han ido leyendo durante las últimas veladas. Finalizado el libro, se quedan sin ocio nocturno. Polidori propone leerles una de sus obras de teatro, pero Byron vuelve a burlarse de él. El doctor le acusa de insensible y recrimina a Byron que no es Dios, sino tan sólo un hombre ante otro hombre. Pero el poeta se ríe de su torpeza al citar las teorías sobre la igualdad entre los hombres y pone como prueba que Polidori, al contrario que él, jamás será capaz de vender miles de copias de un poema en un solo día. Sin embargo, el poeta decide no seguir encarnizándose con el doctor y propone que, para pasar el tiempo, todos ellos podrían encerrarse a escribir su cuento de terror y así ver quién escribe el mejor. Los presentes aceptan el reto.
A la mañana siguiente, Byron es el único que ha elaborado un primer borrador del cuento y explica a los presentes su idea, protagonizada por un misterioso personaje que oculta los rasgos propios de un vampiro. Percy tiene la cabeza llena de imágenes debido a las lecturas de los últimos días y, de repente, cree ver visiones terroríficas. Rechaza a Mary y sale a cantar bajo los relámpagos. Ella se disculpa ante el resto aduciendo que la sensibilidad extrema de Percy como poeta le convierte en un ser altamente sugestionable, pero de hecho ella sabe que su obsesión por las cosas que pasan por su cabeza le está aislando cada vez más de ella. A Mary se le ocurre entonces una idea para el cuento de terror que tiene que escribir. La leyenda de Dippel se mezcla con las obsesiones que alejan a Percy de ella y así nace la semilla del cuento de Frankenstein.
Byron, quien vuelve a sentirse cada vez más atraído por Claire, aprovecha que están solos para seducirla. Sin embargo, ella le detiene y le confiesa la verdadera razón de su visita: espera un hijo del poeta. Al saberlo, Byron la rechaza con la mayor de las violencias, incluso le pregunta si el padre podría no ser Shelley, Byron, una vez solo, se desmorona y sufre una crisis nerviosa. Polidori es testimonio de la reacción de Byron y siente un gran placer cuando ve que el imperturbable genio de Byron puede sentir dolor. Al verle indefenso, decide vengarse de él plagiando el relato iniciado por Byron y convirtiéndole en el vampiro protagonista.
(V) Jardín de Villa Diodati, a orillas del lago Lemán
Tras largas semanas de lluvias, finalmente sale el sol y Byron y Percy se disponen a navegar por el lago durante algunos días. Mientras hacen los preparativos, discuten el futuro del hijo de Byron y Claire. El poeta quiere desentenderse por completo de la joven, pero permitirá que el bebé lleve el apellido Byron a condición de que Percy se haga cargo de Claire y se la lleve a “liberarse del enojoso equipaje” a Inglaterra. Los dos poetas informan a las mujeres de las decisiones que han tomado: los Shelley emprenderán el viaje de regreso a Inglaterra en cuanto los dos poetas hayan vuelto de su excursión en barca. Las mujeres, especialmente Mary, se muestran indignadas porque nadie les ha pedido su opinión. Polidori también pregunta cuál es el próximo destino que les espera a ellos, a lo que Byron responde que nadie sabe cuál es su destino. De lo único que Byron tiene conocimiento es que el doctor es un hombre libre y, que él sepa, no hay nada que le ate al poeta. De hecho, se trata de una manera refinada de decirle que ya no requiere de sus servicios.
Una vez los hombres han zarpado, Mary y Polidori se disponen a continuar sus relatos, ambos nacidos del odio y el desencanto. Por un lado, Mary escribe para vengarse de la indiferencia de Percy, en un acto contra un mundo donde los hombres se creen dioses. Por otro lado, Polidori desea vengarse del carácter despótico del poeta retratándole como un vampiro. Mary acaba acusando a Polidori de plagio, pero el doctor se justifica diciendo que sólo se trata de un acto íntimo de venganza y que el relato jamás será publicado. Polidori comprende que ambas narraciones han surgido de una frustración parecida y esto le lleva a querer acercarse a Mary más allá de la amistad. Pero ella responde al doctor que no se engañe, pues ve en los actos de Polidori una estrategia para ocultar la atracción que siente por la figura de Byron. Polidori se siente desenmascarado por esta revelación.
(VI) Tiempo después, distintas localizaciones en toda Europa
Han pasado los años. Claire y Mary viven juntas en Londres cuidando de sus hijos. Mary recuerda con cierta nostalgia los días vividos en Villa Diodati y, cuando llega Claire, quien regresa de una librería, le pregunta si ha visto algún ejemplar de su Frankenstein. El libro no se vende ni tampoco le dedican demasiadas reseñas en la prensa.
En el otro extremo de Europa, Percy, en uno de sus viajes, relee algunos fragmentos de Frankenstein y reconoce en el dolor de algunas frases su parte de culpa. En palabras del poeta, “es el precioso fruto de mis ausencias.”
De nuevo en Londres, Claire le muestra otro libro que ha llamado su atención: El vampiro, sorprendentemente atribuido a Lord Byron y objeto de numerosas reimpresiones. Mary lo hojea y descubre que, de hecho, es el relato que escribió Polidori. No comprende cómo ha llegado a publicarse, pero queda claro que El vampiro de Polidori ha tenido más suerte que su Frankenstein, pese al error en la autoría. Claire reconoce que el relato ha corrido mejor suerte gracias al nombre de Byron, del mismo modo que su hija tendrá más fortuna en la vida gracias a su apellido.
En otro rincón de Londres, Polidori relee la carta que ha escrito al editor de El vampiro, reivindicando su autoría. Mientras está ultimando los preparativos para su suicidio, el doctor tiene una fantasmagórica aparición que parece ser Byron. Polidori le pregunta qué ha venido a hacer en un momento tan íntimo y recuerda a la sombra que finalmente se ha demostrado que él también puede vender miles de copias de un libro. La aparición le recuerda que si ha vendido tantos ejemplares ha sido sólo porque lleva la firma de Byron. Antes de suicidarse, Polidori recrimina a Byron que su persona ha significado la tumba para todos aquellos que le adoraban.
En Italia, Byron recibe la noticia de la muerte de Polidori y, con cierta amargura, reconoce que el doctor se ha prescrito su última dosis víctima de la decepción. Byron sabe, sin embargo, que Polidori ha fallecido sin haber descubierto jamás que, en el fondo, el poeta era un farsante y que bajo su paso extravagante siempre había ocultado una cojera congénita. Byron acaba concluyendo que “un hombre debe aportar a la humanidad algo mejor que escribir versos”. Según él, Polidori lo sabía y actuó en consecuencia.
Marc Rosich